Mortadelo y la propiedad intelectual

Muchos hemos crecido con un tebeo de Mortadelo y Filemón entre las manos. Sin duda, entre los personajes de cómic españoles, la singular pareja de detectives es uno de los grandes hitos de la infancia de unas cuantas generaciones. Dudo que los niños de hoy logren encontrar tanta diversión como la encontramos muchos entre las páginas del cómic de Ibáñez.

Tras la visita-homenaje a la soberbia exposición “Francisco Ibáñez, el mago del humor” , en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, sorprende descubrir el papel que la ley de propiedad intelectual de 1987 jugó en la carrera profesional de Francisco Ibáñez. Un claro ejemplo de cómo una reforma legal puede tener efectos reales en la vida cotidiana de las personas. En efecto, dicha reforma llegó tras un siglo de vigencia de la anterior ley, que todavía hoy no se puede dar por definitivamente enterrada. Estamos ante lo que los modernos llamarían “una reforma sistémica” de la ley, ciertamente profunda en la manera de proteger la propiedad intelectual, dignificando la figura del autor y aproximando nuestro derecho a las tendencias legislativas entonces en boga. No hay que olvidar que la reforma coincidió prácticamente con la entrada de España en el club europeo.

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Foto: Exposición «Francisco Ibáñez, el mago del humor»

Ibáñez era y es un dibujante prolífico. En 1957 decidió colgar los hábitos en Banesto y en su lugar decidió entregarse profesionalmente al dibujo de historietas, actividad que hasta entonces había desarrollado paralelamente a su trabajo. Al poco tiempo empezó a prestar servicios en la editorial Bruguera, faro de dibujantes y auténtica fábrica de tebeos que surtió los kioscos españoles durante unas cuantas décadas, para solaz de pequeños y no tan pequeños. Sobre el funcionamiento interno de la editorial existen, cuando menos, dudas razonables. El trato a los dibujantes, o dicho con propiedad, autores de las historietas, nunca fue en términos generales digno de aplauso. Más bien al contrario, las condiciones que se les ofrecían eran francamente leoninas y fueron, en última instancia, una de las principales causas de su declive. En este contexto debemos entender la relación contractual que unía a Ibáñez y la editorial. Harto de sentir su dignidad profesional pisoteada, Ibáñez decidió resolver su contrato y se marchó de Bruguera en 1986 tras casi tres décadas proveyendo historietas no sólo de Mortadelo y Filemón, sino de “13 Rue del Percebe”, “El Botones Sacarino” y otros muchos personajes. Aunque comenzó a trabajar para Grijalbo, no se pudo llevar consigo sus personajes, que ante la orfandad quedaron adoptados por lo que se llamó el “Bruguera Equip”, un grupo de dibujantes de la editorial que siguieron emulando la labor de Ibáñez pero sin Ibáñez, como si nada hubiera pasado, y cuyo resultado fue, en el mejor de los casos, mediocre, ante el ambiente de chapuza generalizada que reinaba en la casa.

El punto de inflexión llegó en 1987, con la nueva ley de propiedad intelectual, que anteponía el hecho de la creación de una obra artística a cualquier otra consideración a la hora de reconocer al autor de la misma, al tiempo que suprimía la necesidad de registrar una obra para poder protegerla. En efecto, la nueva ley convertía el Registro de la Propiedad Intelectual en meramente declarativo, frente al modelo constitutivo de 1879. El artículo 36 de la ley antigua no dejaba duda de que era necesario haber inscrito el derecho en el Registro de la propiedad intelectual para gozar de los beneficios de la ley. Tanto la ley como el reglamento eran lo suficientemente flexibles como para dejar desprotegidos a los autores frente a las editoriales (vid. art. 23 del Reglamento, entre otros), circunstancia que era perfectamente conocida por Bruguera, y que había aprovechado para registrar a su nombre los derechos sobre la obra de Ibáñez, impidiendo que éste pudiera desarrollarlos fuera del ámbito de Bruguera. Por ello es bastante sorprendente, vista desde nuestros días, la mancheta de los tebeos creados por el Bruguera Equip, con su correspondiente © y sin rastro del nombre de Ibáñez, aunque lo verdaderamente delirante es el atrevimiento de la editorial al continuar la obra sin consentimiento alguno de su autor, en una clarísima contradicción con el actual artículo 14 de la ley, que al reconocer los derechos morales a los autores, les atribuye todas las facultades respecto a la divulgación de su obra.

Mientras tanto, tras la salida de Ibáñez de Bruguera en 1986, el declive económico de la editorial se pronunció de manera preocupante, tanto que fue comprada por el Grupo ZETA, el cual se quedó con todo el fondo de Bruguera, y se siguieron publicando “Mortadelos” en la revista “Yo y yo” sin consentimiento de Ibáñez. Él mismo había comenzado a publicarlos también con Grijalbo en la revista “Guai!” en un ambiente bélico-contencioso entre ambos, pero sin usar el nombre, que estaba registrado también como cabecera por Bruguera. Finalmente, en 1988, e impulsado definitivamente por la nueva ley, que le restablecía como único autor de Mortadelo y Filemón, Ibáñez firmó un acuerdo con el Grupo ZETA (Ediciones B), que dura, afortunadamente, hasta la fecha.

Para mejor ocasión dejamos el análisis jurídico del nacimiento de Mortadelo y Filemón, que fueron encargados por la editorial a su autor y que no está exento de otras muchas consideraciones interesantes.

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